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En un primer momento esta biografía estaba escrita en tercera persona… Como si alguien que no fuese yo, supongamos un tipo de mediana edad con camisa arremangada y un poco saturado, estuviese viendo momentos claves de mi vida para resumir en la carilla de una página.
Aquellos escuetos resúmenes no sirven más que para poner algunas palabras en las solapas de libros que uno ha escrito… Y para glorificarse de una manera utópica, preferentemente burda, rozando lo imaginario.
Y es que un par de frases remarcando lo que podrían denominarse “logros” jamás harán justicia a todo lo que hay detrás: dudas, miedos, frustración, cierta cobardía. Pero generalmente es lo primero que se lee… Y aquella impresión es la que nos decide seguir adelante con los escritos de esa persona o jamás volver a ojearla u hojearla, valga la casi redundancia en este caso.
Así que no, no existe aquel tipo de camisa arrugada y barba de unos días, que tiene problemas con la agencia porque no le están pagando las horas extras que hace los sábados, y que cae derrotado en su silla al no poder terminar esta biografía… Un estupendo sábado por la tarde.
Y sí, me gustan las introducciones largas, porque cuando uno se da cuenta de que sigue ahí, en realidad ya ha entrado por completo.
Sigamos.
Nací a comienzos de noviembre, hace ya unos veintiocho años. No recuerdo mucho de por aquel entonces, más que la tranquilidad ante un paso del tiempo inexistente bajo el cuidado de mamá.
Tal vez estoy con la mirada perdida... O tal vez estoy disfrutando un episodio de Poliladron.
Pero desde que tengo memoria… Comencé a escribir.
Al principio eran apenas pequeños cuentos en la primaria, para la materia de lengua. Más tarde en la secundaria eso se potenció y comencé a experimentar con escritos más extensos e incluso obras teatrales. En aquella época apenas conocía sobre estructuras narrativas: lo que realmente me empujaba era el hecho de contar una historia que produjera en los demás una emoción...
Todavía recuerdo esa obra teatral que ocurría en una sala de cine, donde yo y mis amigos hacíamos de espectadores que, por diversas razones, entrábamos y salíamos una y otra vez de la función, la cual imaginábamos con convicción sentándonos de frente a nuestro público (los demás compañeros y la profesora) mientras sosteníamos nuestras miradas por encima de sus cabezas. No era nada del otro mundo, pero nos permitía seguir ciertas acciones que había escrito e improvisar entre medio, además de lograr risas, silencios, cierto suspenso y también, por qué no, desinterés en algunos. Mirando un poco más adentro entiendo que las situaciones que les sucedían a los personajes que interpretábamos pasaban por temas como el alcoholismo (uno de mis amigos simulaba vomitarme encima) preguntas sin respuestas, alguna crisis depresiva, cierto desamor… Cosas de las cuales luego seguí hablando en los libros que he publicado: no puede ser coincidencia.
Pero al terminar la secundaria uno es nuevo, aunque piensa que ya conoce el mundo. Yo ni siquiera entendía ciertos conceptos, como por ejemplo por qué las introducciones son tan cortas.
Así que comencé la carrera de Arquitectura. Y de a poco fui conociendo gente con la cual entendí un poco mejor la vida. Vamos a dejarlo general así no escribo tanto. Y todo fue más o menos bien… Hasta que se presentó cierto vacío.
Abandoné la carrera. La llevaba al día. Ya estaba en el tercer año de cursado. Todavía, hasta el día de hoy, hay personas que siguen sorprendidas por esa decisión.
Y en una introspección dentro de otra, terminé llegando a un mundo conocido pero nuevo a la vez: el audiovisual.
Mi pieza como refugio para la escritura. En la pared tengo un "tablero": famoso método entre guionistas donde uno puede ver y modificar al instante cualquier pieza de una estructura narrativa moviendo o rompiendo uno de esos papeles (el equivalente a una escena o secuencia)
En el desarrollo de mi carrera en el séptimo arte como Técnico en Cine y Televisión aprendí a contar historias a través de imágenes, maravillarme por un cine europeo que desconocía, reivindicar aquel cine pochoclero hollywoodense que me gusta desde chico y, lo más importante, retractarme de una frase común y sin fundamentos que dice algo así como “el cine argentino es malo”
Pero también entendí que para contar una buena historia en imágenes primero debía saber qué estaba contando, y luego debía poder pasar esa idea al papel, para que cualquiera que la leyera no solo pudiera visualizar las acciones que realizaban los personajes… Sino también entender sus motivaciones, y con ello, experimentaran las mismas emociones.
Desde ese momento conocí al guion cinematográfico y jamás lo abandoné.
Y todo se resume, y se reúne, en eso: las palabras.
Fue también una época donde dos entusiastas me ofrecieron participar en una página web dedicada a artículos de cine y videojuegos. Me animé y comencé a ver películas de una forma crítica para poder opinar de ellas. Como todo inexperto, encontré que la objetividad se encuentra solamente en mi mayor subjetividad. Pero disfruté de esos escritos, de esos tiempos, de la autenticidad que emanaba todo aquello…
Y aunque fue un corto período, ya que la página cerró y el grupo inicial se disolvió, he vuelto a leer muchos de los escritos y me sorprende cómo permanecen intactos ante mis constantes cambios. Voy a ir subiéndolos en el blog para que entiendan a lo que me refiero.
Hay mucho más, pero no quiero que este escrito se me vaya de las manos.
Los días pasaban y yo escribía, realmente escribía mucho, a todo momento y en cualquier situación. También filmaba y conocía los procesos, los secretos, los trucos, el lidiar con grupos de trabajo, con amistades, con relaciones, conmigo mismo.
De todos esos años, desempleado pero entusiasta, es que nacieron mis dos libros publicados. Por mucho tiempo los tuve guardados, escondidos del exterior. Eran mis más preciadas obras, artefactos hacia mi interior. Hoy ya no me pertenecen. Pueden hacer con ellos lo que quieran. Lo único que les pido es algo de cordura, para no aterrizar en el exceso.
Una de mis últimas fotos de autor para la presentación de Un Título que no dice Nada.
Actualmente he superado mi problema con las introducciones. Ahora sé que a veces menos es más y que en tiempos como estos la inmediatez es una regla. Lo entiendo, pero como verán, hay ocasiones donde no lo comparto. Y ya que en todo equilibrio debe existir un desbalance, mi problema en estos momentos son los finales. No porque me desagraden o busque ignorarlos, sino porque no son como quiero que sean... Releyendo esa oración, quizás estoy en un serio problema. Así que voy a cerrar esta biografía acá.
Mi página está a tu disposición, querido lector… Con la condición de mantener una pequeña chispa de fantasía, la necesaria para sobrevivir a lo que resta del día, una vez que dejamos de leer.