Si muero antes de despertar (Idem, Argentina, 67', 1952) Dirección: Carlos Hugo Christensen. Guion: Alejandro Casona. Fotografía: Pablo Tabernero. Intérpretes: Néstor Zavarce, Blanca del Prado, Florén Delbene, Homero Cárpena.
Por Nicolás Di Cataldo
El cine argentino es mucho más de lo que, lamentablemente al día de hoy, se sigue considerando. Con altos y bajos, rodeado de censura, problemas de financiación e incluso carencias o baches narrativos, nuestras historias siempre han prevalecido. Si muero antes de despertar se desarrolla no solo como una propuesta más en la vastedad de nuestra orgullosa cinematografía, sino como un film extraordinario, conciso y, cumpliendo con sus géneros, aterrador.
La película nos cuenta la historia de Luis Salinas, un chico rebelde y conflictivo que descubre a un lunático, una encarnación del cuco en su versión más siniestra y que, al secuestrar a una de sus compañeras, se decide a atraparlo.
Su comienzo onírico y la narracción de una voz en off a través de una fábula nos atrapa desde el primer fotograma. A partir de ese momento la pelicula transita constantemente entre la realidad de Lucho en el colegio y con sus padres, como así también entre lo surreal de sus sueños pesadillescos y la presencia de un hombre incógnito que seduce con golosinas a sus compañeras.
A medida que la trama avanza y la tensión aumenta, el film se permite exponer los mandatos familiares, como así también explorar las conductas y crisis existenciales del padre de Lucho, un muy bien construído Inspector de policía. Es en este momento del largometraje donde la presencia del secuestrador queda de lado para dar lugar a la relación generacional entre hombres, en este caso padre e hijo, bajo la dureza y las pequeñas muestras de afecto de alguna manera avaladas en la época. También cabe remarcar la posición de la madre que actúa como sostén ante la rebeldía de su hijo y la debilidad de su padre. Todo esto, más que ralentizar la historia, lo que hace es sumar en profundidad a sus personajes.
Cuando en el tercer acto se retoma la investigación ante la desaparición de una chica, es que el cine negro repunta en el film a su máxima expresión. La película se torna oscura y expresionista, tanto en su iluminación como en sus encuadres y la forma en que se retratan sus personajes.
La resolución de aquella investigación, con padre e hijo realizándola por caminos separados, nos mantiene pegados a la pantalla, tanto por la forma en que desemboca su historia como por su propuesta narrativa y técnica al contarla. Y si bien el final peca de un desenlace facilista, la sensación final es un acotado pero intenso recorrido donde hemos salido y esperamos no volver jámas, porque como dice su propia película y en forma de promesa para con nosotros espectadores: un hombre sin palabra no es un hombre.