Adopción (Örökbefogadás, Hungría, 85’, 1975) Dirección: Márta Mészáros. Guion: Ferenc Grunwalsky, Gyula Hernádi, Márta Mészáros. Fotografía: Lajos Koltai, Márta Mészáros. Intérpretes: Flora Kadar, Gyöngyvér Vigh, Istvan Szoke, Janos Boross, Kati Berek, Laszlo Szabo, Peter Fried.
Por Nicolás Di Cataldo
Mirar películas es más que entretenerse o reflexionar: es descubrir. Ante la inminencia de un mundo donde lo superficial es cada vez más común, el descubrimiento se planta como algo utópico y hasta catastrófico. El enfrentamiento con nuevas formas de ver y contar puede llevar consigo un rechazo ante la incertidumbre. No existen respuestas correctas para la confrontación, pero Adopción se manifiesta como un hallazgo que concibe desde sus fotogramas algo ya dicho pero auténtico.
La película cuenta la historia de Kata, una joven viuda de cuarenta y dos años que trabaja en una fábrica. Resignada a su gris existencia de soledad y arduo trabajo, Kata mantiene una relación con un hombre casado y con hijos, que ha decidido no dejar a su familia. Pero cuando Kata conoce a Anna, una adolescente que vive en un orfanato, ambas buscarán los cambios necesarios para enmendar sus vidas.
La principal cualidad de Adopción viene dada por la narración cargada de dolor, pero a la vez de necesaria compasión con que el film se permite desarrollarse. Con tiempos lentos y medidos, sus personajes son seguidos por movimientos de cámara y encuadrados en primeros planos donde sus rostros se permiten hablar, aunque los diálogos sean escuetos. Estamos ante un cine en su forma más pura, donde la imagen prevalece y se instala, transmitiendo sensaciones más en su quietud que en su movimiento. La realizadora Márta Mészáros construye una narrativa donde el encuentro entre sus personajes produce y hace avanzar la trama.
Y es que las interacciones de Kata con su acotado entorno producen sutiles cambios en su forma de ver el mundo. La protagonista se permite caer y continuar, volver sobre sus pasos para encontrar una mejor forma de seguir adelante. El film se nos presenta abierto y sin nada que ocultarnos, más bien llevándonos a que nosotros mismos contemplemos aquellos destartalados terrenos húngaros de la época de los setenta. Así por ejemplo se alcanza a ver la hostilidad hacia las mujeres en esa época, el manejo de instituciones como los orfanatos, los mandatos familiares y, por supuesto, el tema de la adopción.
La concepción de los espacios y la forma en que sus personajes se trasladan por los mismos hacen que la película avance y nuestro tiempo real se difumine en aquella imagen en blanco y negro. Los primeros planos a Kata buscan, como si se tratase de Persona, llegar hasta lo más profundo de su psiquis, conocer a aquella solitaria mujer que, fría y dura en su exterior, es por dentro alguien que todavía sigue en duelo y se esconde del primer paso de lo que significaría la iniciativa. La incomodidad de su estancamiento se revela lentamente en sutiles cambios y comportamientos que, de manera a veces poco racional, la llevan por senderos de confrontamientos y fracasos. La cámara, como si fuese una película de Bresson, está atenta a cada uno de sus movimientos, espiándola en profunda sintonía.
El tono observacional de Adopción plantea una concepción que a primeras vistas puede resultar compleja debido a la inacción visual en pos de su situación introspectiva. Es en ese espacio donde el espectador, dispuesto a interactuar desde otro lugar, puede encontrarse con una película emotiva, pero sin caer en el sentimentalismo; racional, pero sin ser expositiva. Como todo, la decisión de la mirada que se adopte repercute en una obra donde sus dos protagonistas, casi en ruinas, se complementan en un vínculo concebido desde la necesidad, pero también desde la más profunda libertad.
Adopción no pretende complacer a nadie. Tampoco busca que la rechacen. Solamente está ahí, en su quietud, dejándose ver por quien busque en las relaciones una nueva forma de sostener al otro. Porque ya hemos visto hasta el cansancio acciones y promesas de que todo va a estar bien, tanto en el cine como en la vida real. Pero esperar y acompañar, a veces desde la silenciosa presencia, demuestra mucho más: un acto de amor sin retorno.