¡Envíos a todo el país!🚀 10% Off transferencia bancaria 💸

Sensaciones Vol. 4 de 4: Vivir hasta el Fin

Vivir hasta el Fin (The Living End, Estados Unidos, 84’, 1992) Dirección: Gregg Araki. Guion: Gregg Araki. Fotografía: Gregg Araki. Intérpretes: Mike Dytri, Craig Gilmore, Mark Finch, Mary Woronov, Johanna Went.


Por Nicolás Di Cataldo



The Living End fue toda una experiencia en el buen sentido de la palabra. Con una duración acotada de una hora y veinte minutos, sumado a un tiempo ficcional que vuela y una vez que comienza no para hasta los créditos, la película se me hizo un viaje psicótico muy noventero que no recordaba tener desde aquellos tiempos donde descubrí al primer Tarantino, Robert Rodríguez, las primeras producciones de Von Trier o Vinterberg, los comienzos de un desfachatado Michael Haneke...


Mientras veía la película no podía dejar de pensar en esa violencia tan despreocupada y tarantinesca, en cómo mencionan a Jack Keruac, pero que también es todo tan Bukowski, tanto exceso, el fanatismo por un presente impulsivo y una libertad que a fin de cuentas no es más que un libertinaje disruptivo. Tampoco podía dejar de pensar en los primeros films de Jim Jarmusch, esos personajes que divagan y hacen y se encuentran a ellos mismos a través de la acción propiamente dicha, casi en concordancia con una antitrama donde la historia avanza solo porque ellos deciden caminar e irse a algún lugar hacia ninguna parte.


Esta pareja dispareja y opuesta, vulgarmente complementaria de Jon y Luke, me planteaba unos Bonnie y Clyde de los noventa, escuchando Nirvana y decidiendo de que todo no es más que el ahora y que ni siquiera el ahora tiene un sentido claro ante la maquinaria en la que estamos y vivimos y pocas veces reconocemos siquiera sus grietas. Y de la misma manera en que estas oraciones van y vienen, con pocas comas y muchas palabras seguidas que proporciona una constancia de auténtico ritmo, la película de Araki era un compilado de secuencias de un viaje que nunca tuvo libertad y nunca fue más real que lo que aquellos dos locos autodestructivos siquiera supieron.


El final, tan demoledor como avasallante, tan poético como caótico, referencia un perfecto desequilibrio sobre unos personajes que jamás estuvieron bien porque la unión de ambos se produjo al ya cada uno encontrarse en infiernos individuales. Es ahora esa marchita dependencia, esa fatalista necesidad del miedo a abandonarse y perderse del otro y por el otro que los mantiene allí, en esa deshabitada playa, abrazándose como si de un cuadro renacentista se tratase, o de algún loco norteamericano que un día, pasado de drogas y alcohol, se levantó una madrugada para pintar una idea, un pantallazo que le dieron sus neuronas… Y el tipo, aturdido, pintó e imaginó aquella pose final, al estilo de La Piedad y bajo una luz misteriosa, para despertarse, días después de transitar en esos laberintos, y descubrir que en ese lienzo viejo y apagado no había más que un par de manchas amorfas y de colores pobres, y que todo, absolutamente todo lo que creyó ver o pintar, quedó relegado a un pasado que ya no tiene en sus manos más que por un presente siniestro que le pide, de nuevo y una vez más, volver a escaparse para continuar…


Algo así fue el viaje producido con esta película. Pero ya es necesario bajar y dejar toda la locura impresa en un par de palabras que nada pueden pedirme o exigirme mañana al despertar.




Mi carrito