El fuego y lo que ha dejado (Ídem, Argentina, 38’, 2020) Dirección: Andrés Llugany. Guion: Andrés Llugany. Fotografía: Andrés Llugany. Intérpretes: Jorge Fornés, Valeria Rivas, Luis Torres, Elena Schnell, Laura Rodríguez, Sergio Benegas.
Por Nicolás Di Cataldo
Un mediometraje, por su acotada duración, debería servir en estos tiempos como un condensado viaje en nuestro tiempo real, pero jamás desde el lugar ficcional que quiere plantear. El fuego y lo que ha dejado cumple a la perfección estos aspectos, dejándonos en trance mientras volvemos a nuestra realidad después de apenas treinta y ocho minutos.
El film está compuesto de tres historias interrelacionadas por sus personajes, todos miembros de una comunidad/familia que, en espacios íntimos, cuentan sus relatos y exponen las cargas, la nostalgia que los cubre desde hace tiempo. La primera historia se desarrolla en una especie de ferretería familiar, donde el dueño de la misma, Jorge, se expone ante uno de sus empleados contándole una historia amorosa de su pasado. La segunda sucede en una sala de cine, minutos antes de que comience la función, donde la charla de dos amigas da lugar a recuerdos traumáticos sobre la dictadura. El tercer relato nos presenta los recuerdos del amigo de Jorge, quien vuelve a verse como extra en una película italiana filmada en los años setenta.
Si algo cabe destacar en este mediometraje es la cuestión meta cinematográfica que se desarrolla desde su aparente pequeñez. Y esto es así ya que la mezcla de ficción (a través de las películas que se nombran y que han interpelado a sus protagonistas) y de realidad (representada en los archivos verídicos de la tercera historia) funcionan y nos llevan hacia una construcción activa de la narración, donde vamos construyendo aquellas acciones que tan bien nos describen sus personajes.
Las actuaciones funcionan en su mayoría desde el minimalismo de las acciones y los gestos, utilizando la palabra como una fuente robusta de aquellos recuerdos que se van asomando desde la intimidad y en esos vacíos espacios. Es interesante como el mediometraje remarca el concepto del nulo recibimiento de lo que se cuenta, algo no compartido por los demás. El foco entonces se prioriza sobre el exteriorizar los hechos como una forma de descargar y, en mayor medida, perdonarse a uno mismo por cargas que, a veces, ni siquiera tienen que ver directamente con nosotros mismos.
El paso del tiempo es inevitable y El fuego y lo que ha dejado lo representa muy bien desde la simplicidad de sus imágenes. Con planos largos y un montaje por momentos inexistente, sus personajes no solo tienen la oportunidad de hablar, sino de ir y venir en sus cabezas, por su memoria, dudar y seguir, contar y exponerse. Este tiempo puro y sin fragmentaciones puede ser complicado para un espectador acostumbrado a la intensidad del movimiento continuo, pero es cuestión de dejarse llevar y, lo que es aun más importante, desarrollar una escucha atenta.
Entre tantos espacios actuales dedicados a la ostentación y a la acción gratuita, El fuego y lo que ha dejado se desarrolla como una obra opuesta, apostando por la calma y el momento, construyendo su narración en la palabra y los segundos. Y esta historia no necesita alardear, solo ser: estaremos incluso en las cenizas.