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Cuatro de diez estrellas

El crítico (Ídem, España, 80’, 2022) Dirección: Juan Zavala, Javier Morales Pérez. Guion: Juan Zavala, Javier Morales Pérez. Fotografía: Eduardo Mangada. Participantes: Carlos Boyero, Fernando Trueba, Antonio Resines, Icíar Bollaín, Álex de la Iglesia, Antonio de la Torre, Luis Tosar.

Por Nicolás Di Cataldo


El documental, un género no tan consumido por el público en general pero sí validado por los espectadores más inmersos en lo cinematográfico, se empareja con un producto que hoy es furor: el biopic. La biografía nos muestra el mundo de alguien célebre, desde un lado ficcional, pero sin perder sus datos verídicos. El Crítico busca ser un documental que observa, pero a veces también pretende jugar desde la ficción, luego sigue apegándose a los hechos… Y termina por no ser nada nuevo e incluso una experiencia sosa y cansadora.


Este documental nos cuenta la historia del crítico de cine Carlos Boyero, una figura polémica y temida, pero también muy seguida dentro del ámbito español. Con una personalidad tan sincera como polémica, Boyero ha ganado enemigos por sus duras críticas al igual que el apoyo de muchos otros por la transparencia en sus palabras. El Crítico es un recorrido de su trabajo, así como la visión del hombre por fuera de las palabras. 



Con una presentación activa y potente, los primeros minutos de esta obra nos muestran la figura de Boyero como un verdadero rockstar. Se habla de su personalidad, los festivales que recorre, su reconocimiento por directores y demás… Pero aquella secuencia desciende para contarnos sobre un Boyero más íntimo, entrando en su pasado y su persona, la mala relación con su padre, el internado. La transición resulta burda, con un piano melancólico de fondo que se encarga de remarcar las tristes palabras del crítico.


Y es que la música en este documental no tiene otra percepción más que la de ser insoportable. A cada momento se la utiliza como un complemento básico para potenciar cosas que ya de por sí con la imagen mucho no están comunicando. Sí, vemos una y otra vez fotografías de un Boyero joven, saltamos hacia testimonios, luego vemos a un Boyero actual caminando, leyendo, contando anécdotas… Pero lo que termina siendo interesante acaba convirtiéndose en un hastío.



Hay un ir y venir de una estructura clásica que nada aporta a su figura, que solo queda en una demostración, muchas veces cuidada y estilizando todos sus pecados, que no pasa de eso: una obra académica. Vemos a Boyero y la relación de amistad que posee con el crítico Rodríguez Marchante, pero la situación se plantea en una inverosímil cena en un restaurant, donde el plano general y luego un plano y contraplano de los participantes predomina en las imágenes. No hay inventiva, no existen unas ganas de mostrar a la persona detrás de aquellas duras críticas desde un lugar privado, apartado del ruido y la ostentación, donde prevalezca el silencio. De nuevo, la música es cansina y no deja lugar a siquiera una interpretación por parte de un público que recibe mucha información de forma repetitiva y fragmentada.


Porque sí, El Crítico se regodea a sí mismo y al llegar a la mitad del trayecto nosotros estamos todavía dando vueltas sobre las críticas de Boyero, sus relaciones con mujeres, sus chats semanales, su figura outsider pero reconocida en el diario El Mundo. La gran obra de Boyero es el personaje de Boyero, ya lo entendimos. ¿Hay algo más? Tristemente no. Tal vez algunas risas sueltas al escuchar sus opiniones sobre las películas del tailandés Apichatpong Weerasethakul, la cinematografía surcoreana, la figura de Werner Herzog o su pelea eterna con Pedro Almodóvar. Pero las risas, vale la pena aclarar, no son por la coincidencia que uno pueda tener de sus pensamientos, sino por la desfachatez que posee para decirlos sin un mínimo de vergüenza.



El Crítico además se toma la libertad de abrir muchos otros temas y no ahondar o siquiera desarrollar ninguno de ellos. Recorre, por ejemplo, las condiciones laborales de los críticos actuales en comparación a la figura favorable de Boyero; menciona la corrección política y el feminismo a través de la cuota de pantalla de realizadoras mujeres; sugiere la democratización de las redes sociales y cómo las mismas han hecho perder poder a las críticas. Pero son solo eso: citas, insinuaciones. El último tercio del documental va y viene por estos temas mientras Boyero trata de seguir siendo la figura principal de su propio y casi destrozado espectáculo.


Y así terminamos llegando a un final fatalista que apela a la nostalgia. La música continúa siendo insoportable. -Lo más importante es tener un estilo- sentencia Boyero, quien hace referencia a su retiro, pero al día de hoy continúa trabajando. Los créditos comienzan, han pasado ochenta minutos, y nosotros hemos visto un viaje desabrido que nada produce, más que apenas algunas risas ante opiniones cachondas y llenas de gilipolleces: cuatro de diez estrellas.








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