¡Envíos a todo el país!🚀 10% Off transferencia bancaria 💸

Ahora depende de su público

Yannick (Ídem, Francia, 64’, 2023) Dirección: Quentin Dupieux. Guion: Quentin Dupieux. Fotografía: Quentin Dupieux. Intérpretes: Raphaël Quenard, Blanche Gardin, Pio Marmaï, Sébastien Chassagne.

Por Nicolás Di Cataldo



En un cine actual plagado de superproducciones, las películas del director francés Quentin Dupieux son una auténtica anomalía. Pocas historias hablan desde lo cotidiano mientras sus personajes se tambalean entre el encanto y desencanto que les produce la vida… Todo esto bajo la lupa del absurdo y la meta ficción. En Yannick, Dupieux presenta un film corto en duración, pero extenso y fabuloso para un espectador que termina identificado y emocionado con su protagonista. Y eso no es poca cosa.   


La película se desarrolla en medio de una obra teatral cómica llamada Le Cocu (El Cornudo) la cual, ante un pequeño público, provoca apenas algunas risas. Es durante esa representación donde un espectador se levanta y pausa la función. Se presenta: su nombre es Yannick y les exige a los actores que actúen otra cosa, ya que lo que están haciendo es muy aburrido. 



Bajo esta sencilla premisa, Dupieux va desarrollando una historia comandada por los diálogos, pero con un ritmo fluido y, muchas veces, incómodo. Y es en ese punto donde radica su magia, al ir presentándonos a Yannick desde todas sus aristas, conociéndolo como un hombre solitario y medio tonto, pero a la vez culto y dispuesto a entrar en debates sobre qué es el arte. Su interacción con los actores, los cuales ya no imponen sus voces ficticias de la representación, también supone un choque constante donde nosotros como espectadores deseamos que ese tipo se vaya y, junto con el público allí presente, podamos seguir disfrutando de la obra.


Con este comienzo, Dupieux va realizando pequeños giros en la trama demostrándonos que Yannick es un tipo testarudo por sobre todas las cosas. Su queja, que en un principio puede parecer ingenua y hasta irrespetuosa, tiene conceptos sólidos sobre el no quedarse callado, el no tragarse cualquier obra y mucho menos utilizar la palabra arte como un concepto superior e intocable. Cuando se lo analiza, los actores también tienen su razón al considerar a Yannick grosero por interrumpir la obra y no permitirles a las demás personas disfrutarla. Le ofrecen devolverle el dinero, pero ¿Es aquello lo único que importa? ¿Qué hay sobre el tiempo perdido? ¿Cómo podrían devolverle eso? La película avanza entre diálogos y un montaje sobrio pero bien articulado hasta llegar a un punto de inflexión donde los actores no solo echan a Yannick de la obra, sino que luego se burlan de él en su ausencia, con el público avalándolo.


Es en este punto donde ya nada volverá a ser como antes: Yannick vuelve a la sala, esta vez empuñando un arma. Increíble, hace falta una pistola para que te tomen en serio. ¿En qué mundo vivimos? exclama el protagonista, a punto de subirse a la tarima. Y, con apenas quince minutos de metraje, el realizador francés nos prepara para una historia donde el absurdo, sutil pero cada vez más incorporado, va a inundar a todos los presentes en aquella sala y, por consecuencia, a nosotros espectadores.



Con apenas algunas composiciones desestructuradas y lúdicas de un piano a cargo de Emahoy Guebrou, el film sigue desarrollándose entre el silencio y la espera de un público que, en sus butacas, no sabe qué va a suceder a continuación. La puesta en escena y la fotografía de Dupieux se mantienen clásicas e invisibles durante toda la historia, reforzando la idea de compenetración con los espectadores a medida que avanza la trama y la incomodidad inicial que se transforma en un inusual interés.


Cabe remarcar que un humor áspero y a veces rozando lo infantil asoma en las interacciones de Yannick con los espectadores de la obra, pero es allí donde el protagonista refuerza su autenticidad. Porque, aunque esté con un revolver en la mano, vemos que no es más que un tipo que está viviendo una mala racha, alguien falto de amor y comprensión, pero con una desinhibición única sobre un grupo de personas que jamás van a alzar su voz ni quejarse ante los estándares impuestos e incorporados.


Todo este ejercicio artístico que plantea Dupieux prescinde del surrealismo llevado a excesos irónicos, algo que termina caracterizando su filmografía (basta con mencionar Rubber donde una rueda recorre el desierto asesinando personas con sus poderes telepáticos) para presentarnos este caso verídicamente atípico. Y es así como en Yannick la violencia se hace visible desde una arista más mísera, sin llegar a ser física, pero exponiéndose desde lo ruin que vive dentro de sus personajes.



El tercer acto del film termina por englobar toda esa locura controlada en la que hemos estado participando. Al final no hay nada más real que lo que cada uno pueda expresar de forma genuina: lo que conoce y lo que le falta; lo que tiene y lo que necesita; lo que consiguió y lo que anhela. Tal vez de eso se trata ser un artista. Tal vez eso sea el arte: un paso más hacia la comunicación con los demás.


La conclusión de Yannick propone un duro encuentro con la realidad. Sus eternos segundos finales con la pantalla en negro cortando el momento del clímax expresan más de lo que podemos alcanzar a ver mientras comienzan los créditos. Allí está encapsulada la reflexión sobre qué significa hacer teatro y cine. Porque las críticas siempre van a existir. Y es el artista quien, si quiere ser llamado así, debe lidiar con eso hasta la muerte. Ya sea porque la propia persona se la encuentre o porque la muerte decida toparse en su camino de forma imprevista. Y mientras un desfachatado piano suena sobre el cierre, nosotros ya hemos terminado de ver “Le Cocu” y volvemos a estar a salvo, en nuestras casas. No ha sido otra película más. La pantalla se apaga y somos conscientes de que el destino de Yannick ya no está solo en sus manos: ahora depende de su público.




Mi carrito